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¿Qué quieres ser cuando seas mayor?
🧸 No hay nadie en el mundo al que no le hayan hecho esta pregunta alguna vez en su infancia... o docenas de veces. Mi respuesta ha ido cambiando con el tiempo.
Recuerdo, a medias, aquellos años en los que mi mayor preocupación era luchar contra los indios en el fuerte de Playmobil o tener el último muñeco feo de He-Man. De si ese fin de semana pondríamos el CinExin o tendría que esperar a la tarde para ver un nuevo episodio de Bola de Drac.
La memoria se me hace esquiva, me esfuerzo y algo va saliendo, pero…
Yo lo achaco a la vida tan cambiante que he tenido hasta ahora, que los nuevos recuerdos sobreescriben a los viejos, o los envían al cajón de atrás.
Cada vez más, la vida toma caminos que nunca imaginaste, nos pone en el lugar que nos corresponde, no siendo casi nunca donde nuestra mente hubiera deseado.
Yo de muy pequeño quería tener un quiosco de revistas y libros en la calle. Parecía divertido y estimulante ver a la gente a diario, estar todo el día fuera de casa y, si no había nada que hacer, poder leer todas las revistas y jugar con los coleccionables de balde hasta que se vendieran. Así era mi mente pre-10 años, fíjate.
Luego jugador de baloncesto profesional. Todos me decían que era lo mío, Tomás Jofresa y Villacampa eran mis referentes, era un plan sin fisuras.
Más tarde quise ser arquitecto. Siempre se me dio bien el dibujo técnico y las matemáticas aplicadas, así que eso iba a ser: arquitecto. Ja.
Hasta que se cruzó la tecnología en mi vida. Eso lo cambió todo de arriba a abajo: videojuegos, redes, hardware, hacking, IRC… estaba hecho, me iba a dedicar a la informática.
Y así fue. Tuve varios trabajos dedicados al mundo tecnológico (y algunos otros no tan tecnológicos), feliz como una perdiz, hasta que me di cuenta de algo: había dejado de pensar en cuál sería el siguiente paso.
¿Ya estaba? ¿Lo había conseguido? Yo feliz, pero… ¿Y si luego me daba por querer cambiar de carrera laboral a los cuarenta, por ejemplo? ¿Y si me volvía a preguntar «qué quería ser de mayor»?
“En medio del viaje de nuestra vida, llegué a mí mismo dentro de un bosque oscuro donde se perdió el camino recto.”
—Dante Alighieri, La Divina Comedia
Llegaron los 25 y con ello la adultez, acompañado de la mejor reflexión de mi vida: seguro que volvería a cuestionármelo todo en algún momento y debía estar preparado para cuando llegara. Yo de mayor quería poder elegir.
Pero ya no era un niño. Los He-Man hacía tiempo que estaban bañados en polvo en medio de la buhardilla de la casa familiar. Papá Noel se hizo real.
Si alguna vez quería volver a empezar de cero siendo adulto, debía asegurarme económicamente esa opción porque, para hacer cosas en el mundo de los grandes, se requiere dinero.
A esa edad ya nadie te mantiene, si quieres comer, ducharte o viajar debes pagarlo en euros. En realidad, ni siquiera tenía que preocuparme por mí solo, porque estábamos empezando a ser dos en mi familia y probablemente seríamos tres en algún momento. O más, quién sabía entonces.
Así fue como empecé a ahorrar de verdad e invertir ese dinero.
Yo elegí la renta variable (bolsa), pero podría haber sido cualquier otro método de inversión. Otros compran pisos para alquilar, cartas de Pokemon raras o relojes de colección.
Tiré por la bolsa porque era en lo que me interesé en ese momento y siempre me había preguntado cómo hacían los ricos para acumular tanto dinero. Luego supe que era creando empresas, pero no estaba yo en ese momento preparado para algo así. Además, siempre me gustó el tejemaneje de ver números subir y bajar, como cuando miraba fijamente el % de descarga de un MP3 en eMule.
Después vinieron los viajes a cuatro continentes, Apple, mi hija, la jubilación temprana a los 39 y todo lo demás, pero eso lo dejo para el «Acerca de», a ver si lo escribo durante esta semana.
Ahora tengo 41 y a veces hago el ejercicio de pensar qué haría hoy si no tuviera nada ahorrado y aún estuviera trabajando por cuenta ajena (de lo que fuera). Lo que puedo decirte es que, con lo que sé hoy, este mismo mes de enero apartaría dinero para invertirlo, sin dudarlo. Aunque fueran cien euros, aunque fueran cincuenta. Lo importante no es tanto la cantidad, sino el estado psicológico en el que te pones a partir de ese instante.
Si te pones a ello en algún momento, tal vez, solo tal vez, puedas volver a preguntarte: ¿y yo, qué quiero ser de mayor? 💭
¿Qué quieres ser cuando seas mayor?
Gracias como siempre, Dani. Me gustaría leerte alguna newsletter en la que comentes diferentes opciones de inversión, para los que tenemos algunos ahorros en el banco “parados”. Yo tengo un fondo indexado y un poco de dinero en bolsa, pero siento que es poco. Y no sé si un buen camino es aportar más al fondo o valorar otras alternativas. Un abrazo!